Fernando T. Maestre forma parte, año tras año, de los científicos más citados del mundo según el ranking Highly Cited Researchers

(Foto: Jesús Cruces)

Es investigador del Instituto Multidisciplinar para el Estudio del Medio «Ramón Margalef» (IMEM) de la Universidad de Alicante, partners de MEDNIGHT, y experto en lo que a él le gusta llamar tierras áridas, aquellas que van de Guadalajara al desierto de Atacama, un amplio gradiente de menos a más árido que ocupa casi la mitad del planeta.

Los estudios de Fernando T. Maestre son de relevancia internacional para poner freno al cambio climático o, al menos, para entender sus procesos, en los que las tierras áridas tienen un papel de máxima relevancia. 

Uno de los motivos por los que Fernando T. Maestre entra año tras año en la lista de los científicos más citados tiene que ver con un macroestudio que lideró desde el Laboratorio de Zonas Áridas y Cambio Global, en el que analizaron 236 sistemas áridos del mundo (Sí, ¡236!), que ha derivado en múltiples publicaciones sobre cómo los cambios en el clima afectan a los ecosistemas áridos y que están siendo altamente citadas por otros/as investigadores/as.

Ese macroestudio, el primero de su naturaleza en ser realizado, es hoy en día referencia internacional de investigadoras e investigadores en busca de datos para entender qué hay, que crece y cómo se sostiene la vida en más de un 40% de la tierra emergida, las drylands, como dicen los anglosajones, o las tierras secas, como se traduciría literalmente. Aunque personalmente él prefiere utilizar el término zonas áridas para referirnos a estos lugares.

P: ¿En qué consistió ese estudio que le impulsó internacionalmente?

R: Hicimos un muestreo de 236 ecosistemas áridos localizados en 21 países de todos los continentes, excepto la Antártida (Argentina, Australia, Botsuana, Brasil, Burkina Faso, Chile, China, Ecuador, España, Estados Unidos, Ghana, Irán, Israel, Kenia, Marruecos, México, Perú, Túnez y Venezuela). Nos llevó más de seis años y es el resultado de un esfuerzo colectivo en el que han participado más de 60 investigadores pertenecientes a 30 instituciones de 16 países diferentes. Los números de este estudio dan una idea de su magnitud: caracterizamos sobre el terreno unos 18 800 cuadrados de vegetación, identificamos más de 1500 especies de plantas perennes y recolectamos más de 2600 muestras de suelo, que analizamos posteriormente en nuestro laboratorio.

Trabajamos en ecosistemas tan diversos como los bosques de eucaliptos en Australia, que son bosques con baja densidad de árboles, pastizales situados a las faldas de un volcán en Perú, a más de 4000 metros de altura, en la inmensa estepa patagónica (Argentina), en los desiertos de Estados Unidos y en los espartales de España, Marruecos y Túnez.

P: ¿Cuál fue la principal conclusión del estudio?

R: Hemos visto que esta biodiversidad representa un papel muy importante en el mantenimiento de los ecosistemas áridos y en su capacidad de proveernos de servicios fundamentales, como el mantenimiento de la fertilidad del suelo y la producción de forraje y biomasa. También hemos visto que aumentos de temperatura y aridez como los predichos con el cambio climático disminuyen la biodiversidad de estos ecosistemas y su capacidad de proveer servicios ecosistémicos. En países como España, la provisión de servicios ecosistémicos es algo que la mayoría de personas ven como algo muy lejano (e incluso ajeno a su día a día). Pero si tú vives en el Sahel, que tu ganado tenga pasto para comer o que tengas madera para cocinar, calentarte o construirte una casa marca la diferencia entre poder vivir allí o que tengas que emigrar. Y esto depende directamente de los servicios ecosistémicos que nos prestan los ecosistemas áridos.

P: ¿La desertificación está a la cabeza de los problemas relacionados con el cambio climático?

R: Lamentablemente, no, porque no se le presta la atención que merece. Hay tres grandes convenciones internaciones de Naciones Unidas sobre el medio ambiente: la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) y la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación (CLD). De las tres, la convención contra la desertificación es la menos conocida, es como si fuera la hermana menor de los problemas ambientales y la que menos influencia política tiene comparada con las otras dos. Mucha gente no sabe que hay una convención internacional sobre desertificación, definida oficialmente como la degradación de la tierra en zonas áridas, semiáridas y seco-subhúmedas asociada tanto a causas climáticas como a las actividades humanas inadecuadas. El cambio climático es un factor que incrementa la vulnerabilidad de las zonas áridas a sufrir desertificación, y como la desertificación disminuye la capacidad de estos lugares para mitigar el cambio climático, ambos factores se retroalimentan.

P: ¿Qué diferencia hay entre tierras áridas y desierto?

R: Cuando hablamos de tierras áridas nos estamos refiriendo a zonas con un determinado tipo de clima. A lo largo de los años se han propuesto distintas definiciones; la más ampliamente utilizada se basa en un parámetro que se denomina índice de aridez y es muy sencillo: simplemente es la precipitación dividida por la evapotranspiración, es decir, la relación entre el agua que cae por precipitación respecto a la cantidad de agua que se pierde por evapotranspiración.

Es tierra árida cuando el índice de aridez es menor de 0,65. Observar la evaporación es muy fácil: si pones un vaso con agua en Alicante, se evaporará mucho más deprisa que si lo pones en Berlín, por ejemplo, porque la intensidad de la radiación y la capacidad evaporadora de la atmósfera aquí es mucho mayor. Así que conceptualmente es muy sencillo: las zonas áridas son aquellas en las que llueve menos de lo que se pierde por evaporación y, por tanto, son lugares con déficit hídrico, con déficit de agua.

Las zonas áridas ocupan entre el 41 y el 45 por ciento de la superficie del planeta. Estos lugares se diferencian por su nivel de aridez en zonas seco-subhúmedas (p. ej., Guadalajara), semiáridas (p. ej., Alicante), áridas (p. ej., Niamey), y luego las zonas hiperáridas, que serían los lugares más áridos del planeta (desiertos como el Sahara, el de Gobi, el de Atacama, etc.). Estos últimos son lugares donde llueve muy poco y hay una evapotranspiración muy elevada. En otras palabras: son los sitios más secos del mundo.

Por su parte, los desiertos son un tipo particular de bioma, al igual que la selva tropical, la tundra ártica y los bosques templados de Carolina del Norte, por ejemplo. El desierto es, pues, un tipo de bioma que coincide con las zonas que tienen un clima hiperárido.

P: ¿Lugares donde la vida escasea?

R: Eso no es así. Las zonas áridas engloban una gran variedad de ecosistemas que albergan una vida sorprendente, caracterizada por su diversidad y adaptaciones para sobrevivir en lugares con escasez de recursos. Por ejemplo, en el desierto de Atacama muchas plantas permanecen “dormidas” en el suelo en fase de semilla durante años sin que caiga una gota de lluvia. Y cuando viene la lluvia se desarrollan y florecen rápidamente (el famoso “desierto florido”) para producir semillas que permanecerán latentes en el suelo hasta el siguiente evento lluvioso.

P: ¿Por qué el Sahara no florece?

R: En el Sahara no se da el fenómeno del “desierto florido”, como en Atacama, porque es un desierto de dunas muy profundas que además se desplazan continuamente por la acción del viento. Eso no quiere decir que las plantas que allí se encuentran, que las hay, no florezcan cuando llueve (¡que sí lo hacen!). Pero si hablamos del Sahara tenemos que decir que este desierto alberga una biodiversidad fascinante; sobre todo de mamíferos, de reptiles y de insectos que se han adaptado a vivir bajo condiciones de aridez y temperaturas extremas, con oscilaciones de temperatura de más de 30 grados centígrados entre el día y la noche. Y en este tipo de desiertos encontramos algunas especies muy curiosas. Por ejemplo, los escarabajos del género Stenocara, que habitan en el desierto de Namib (Namibia), pueden condensar gotitas de agua sobre el dorso, a partir de las nieblas que se adentran con frecuencia en el Namib, gracias a las características de sus élitros. Llega un momento en que las gotas son tan grandes que superan las fuerzas capilares y se dirigen hacia la boca del insecto. Este mecanismo se está tratando de reproducir artificialmente para captar agua en lugares áridos, en lo que es un claro ejemplo de los beneficios que nos puede prestar su biodiversidad.

P: ¿Cómo afectan los organismos de las tierras áridas al clima global?

R: Son muy importantes. Cuando se hacen estudios a escala global para ver el papel de los ecosistemas terrestres en la captación de CO2, por ejemplo, las zonas áridas tradicionalmente se han dejado de lado. Sin embargo, en los últimos años estamos teniendo cada vez más evidencias de que son fundamentales para regular la variabilidad interanual del ciclo de carbono, que a su vez está muy ligado con el clima.

P: ¿Se está perdiendo lo poco verde que hay en las tierras áridas?

R: Pues te diré que se ha visto un fenómeno muy curioso. Y es que en los últimos treinta años las zonas áridas están reverdeciendo en muchos lugares del mundo. Hay mucha discusión científica sobre este tema, pero lo que es innegable es que, si bien hay zonas áridas que se están degradando y perdiendo vegetación como consecuencia del cambio climático, otras muchas están ganando vegetación y volviéndose más verdes, y eso se debe fundamentalmente al efecto del CO2.

P: ¿Cómo? ¿El exceso de CO2 las está beneficiando?

R: Las plantas necesitan hacer fotosíntesis para poder crecer. Con este proceso toman CO2 de la atmósfera y fabrican su propia comida, liberando oxígeno en el proceso. Para tomar CO2, las hojas de las plantas tienen unos orificios que se llaman estomas, que se abren para poder captar ese CO2. Y ocurre que las plantas, cuando los abren, a su vez pierden parte del agua que tienen dentro. Como ahora hay más CO2 en la atmósfera, los estomas están abiertos menos tiempo para captar la misma cantidad de CO2 y, por ende, las plantas pierden menos agua. Así, con la misma cantidad de agua en el suelo, las plantas pueden crecer más.

P: ¿Aumentarán entonces las zonas verdes? 

R: Hay mucha incertidumbre sobre si este reverdecimiento se va a mantener en el futuro; porque, claro, sigue aumentando la concentración de CO2, pero también está aumentando la evaporación del suelo, ya que la temperatura sube. Además, las precipitaciones son cada vez más variables, y en algunas zonas, como la cuenca mediterránea, los modelos apuntan a que se van a reducir notablemente. Esa es la razón de que haya mucha incertidumbre sobre si este efecto “fertilizador” del CO2 se vaya a mantener en las próximas décadas. Las últimas evidencias que tenemos indican que no, y que empezaremos a perder vegetación debido al aumento de las temperaturas y de la evapotranspiración asociada.

P: ¿Para reverdecer el mundo es hora de plantar y plantar árboles?

R: A mí me encantan los árboles, pero el problema es que los árboles gastan más agua que los arbustos y que las especies herbáceas. Y estamos plantando árboles en sitios que de aquí a cuarenta años no van a poder mantenerse, debido al cambio climático; así que son plantaciones destinadas al fracaso. En países como el nuestro no podemos ponernos a plantar árboles “a lo loco”: debemos tener en cuenta que hay lugares que pudieron mantener cubiertas arbóreas en el pasado pero no lo podrán hacer en el futuro.

Nos gusta plantar árboles porque nos gusta el verde, no nos gusta el marrón. Pero si te subes a un avión, desde arriba ves claramente que la mayor parte de España es marrón. Tres cuartas partes de España son marrones, no abunda el verde. Y tenemos que apreciar nuestra tierra como es. Yo soy de Alicante, nacido y criado aquí, formado como persona y como biólogo en estos ambientes, por los que tengo un aprecio especial. Pero cuando hablamos de naturaleza, a la gente, en Alicante, en Murcia, en Sevilla o en Guadalajara, suele venirle a la cabeza un tupido bosque, una selva tropical o una flor de los montes alpinos, y no un espartal de Alicante, que es lo que tenemos. Esta es la naturaleza que tenemos en buena parte de nuestro territorio.

P: ¿Nuestra naturaleza es marrón?

R: En buena parte de nuestro territorio es así. España es un país con abundancia de especies adaptadas a nuestro clima, como el esparto; lo que, unido a una vegetación dispersa y poco abundante, en muchos lugares les dan ese color marrón tan característico a nuestros paisajes vistos desde el aire. Cuanto más oscura sea la vegetación –más verde–, más radiación capta y más se calienta y, por lo tanto, más agua pierde. Nuestros tonos marrones, blanquecinos, reflejan luz, se calientan menos, pierden menos agua.

P: ¿No somos un país que un día estuvo repleto de árboles?

R: No, eso no es así. Esto es un mito transmitido de generación en generación durante décadas, pero es muy improbable que una ardilla pudiera subirse a un árbol en Cádiz y llegar hasta Galicia saltando de árbol en árbol. Ya hablaban los romanos del Campus Spartarius para referirse a Cartagena. Aquí hay esparto en abundancia desde hace al menos 2000 años. Si no apreciamos nuestras zonas áridas, nosotros que vivimos en y de ellas (no olvidemos de dónde viene buena parte de los alimentos que consumimos), ¡cómo las vamos a cuidar!